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Obsesiones

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El viernes pasado sufrí un accidente de tránsito. Una mujer que al parecer llevaba mucha prisa, no vio cuando encendí el direccional izquierdo y me chocó por detrás. No fue nada grave, solo unos rasguños en la motocicleta. En medio del susto y la algarabía de la gente llamó poderosamente mi atención que la mujer, más que preocupada por lo que acababa de suceder, lo que realmente le angustiaba era que se había ensuciado las manos. Me preguntaba con insistencia que si tenía pañitos húmedos para limpiarse, en lugar de preguntarme si estaba bien. Entonces recordé en ese momento a Campo Elías Delgado, el asesino de la masacre de Pozzeto, en Bogotá. Me vino a la mente este hombre porque el tipo, leí, era obsesionado con la limpieza, especialmente la de sus manos. Del lugar del accidente, después de negociar el arreglo de mi motocicleta, nos dirigimos al concesionario, a cotizar la pieza que se había estropeado, mientras esperaba que el semáforo cambiara de rojo a verde, la miré por el espejo retrovisor y recordé a otro sujeto, uno con el que he coincidido varias veces en la Biblioteca Departamental. El tipo llega con unos audífonos rojos puestos, se pone unos guantes quirúrgicos, saca de una pequeña bolsa de tela un frasco y un paño blanco, limpia el asiento y la mesa. Todo el asiento y toda la mesa. Lo he visto repetir la misma acción con las computadoras: limpia la pantalla, el teclado y el mouse. Una de esas veces que coincidimos yo estaba en la mesa de al lado, me retiré antes de que siguiera conmigo. Supongo que lo que carga en ese frasquito es alcohol. El hombre es parco, no saluda, no lo he visto hablar con nadie, tampoco se quita los audífonos ni los guantes, solo limpia y se sienta a leer.

Ayer debí llamar a la mujer para acordar el pago del arreglo de la motocicleta. Cuando estaba marcando su número recordé que el viernes, mientras se despedía, se limpió las manos unas ocho veces. Volvió a mi mente la imagen de Campo Elías y del sujeto extraño de la biblioteca, entonces preferí colgar.

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