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Souvenir

Por poco se me arruina el día. Mi jefe me llamó la atención por “mirar inadecuadamente a una funcionaria”. La primera reacción cuando leí el llamado de atención fue de desconcierto: “¿en serio?”, luego me llevé las manos a la cabeza y pensé, “¿otra vez?»
Sentí ganas de llorar, de gritar y hasta de reír. Luego me miré al espejo y noté una ligera curvatura en mi cintura, entonces se me pasó el enojo. Recomiendo el ayuno 16/8 como un método eficaz para la pérdida de grasa corporal y oír el Souvenir de LosPetitFellas para elevar el espíritu.

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Obsesiones

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El viernes pasado sufrí un accidente de tránsito. Una mujer que al parecer llevaba mucha prisa, no vio cuando encendí el direccional izquierdo y me chocó por detrás. No fue nada grave, solo unos rasguños en la motocicleta. En medio del susto y la algarabía de la gente llamó poderosamente mi atención que la mujer, más que preocupada por lo que acababa de suceder, lo que realmente le angustiaba era que se había ensuciado las manos. Me preguntaba con insistencia que si tenía pañitos húmedos para limpiarse, en lugar de preguntarme si estaba bien. Entonces recordé en ese momento a Campo Elías Delgado, el asesino de la masacre de Pozzeto, en Bogotá. Me vino a la mente este hombre porque el tipo, leí, era obsesionado con la limpieza, especialmente la de sus manos. Del lugar del accidente, después de negociar el arreglo de mi motocicleta, nos dirigimos al concesionario, a cotizar la pieza que se había estropeado, mientras esperaba que el semáforo cambiara de rojo a verde, la miré por el espejo retrovisor y recordé a otro sujeto, uno con el que he coincidido varias veces en la Biblioteca Departamental. El tipo llega con unos audífonos rojos puestos, se pone unos guantes quirúrgicos, saca de una pequeña bolsa de tela un frasco y un paño blanco, limpia el asiento y la mesa. Todo el asiento y toda la mesa. Lo he visto repetir la misma acción con las computadoras: limpia la pantalla, el teclado y el mouse. Una de esas veces que coincidimos yo estaba en la mesa de al lado, me retiré antes de que siguiera conmigo. Supongo que lo que carga en ese frasquito es alcohol. El hombre es parco, no saluda, no lo he visto hablar con nadie, tampoco se quita los audífonos ni los guantes, solo limpia y se sienta a leer.

Ayer debí llamar a la mujer para acordar el pago del arreglo de la motocicleta. Cuando estaba marcando su número recordé que el viernes, mientras se despedía, se limpió las manos unas ocho veces. Volvió a mi mente la imagen de Campo Elías y del sujeto extraño de la biblioteca, entonces preferí colgar.

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A 80 km/h

Mientras el conductor reduce la velocidad
para recibir una llamada telefónica,
pasan por mi ventanilla como negativos fotográficos
las siguientes imágenes:
Un joven masturbándose en la parte trasera de un colegio,
una pareja inyectándose los brazos,
una vaca intentando beber agua de una grieta,
un hombre sin camisa barriendo el techo de un concesionario,
un perro desorientado,
un cultivo de maíz,
un tren cañero,
automóviles a gran velocidad,
un motel abandonado,
unos buitres despedazando un gato muerto,
un motociclista varado,
la muchacha que vende refrescos en el puesto de control,
un hombre trotando con su perro,
una iglesia sin feligreses,
un corto trayecto de lluvia
y una flecha verde que indica que me he pasado de la parada.

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3

En la enfermedad es cuando más se siente la ausencia de la madre: la fiebre arde más, el dolor duele más fuerte. Dicen que el amor todo lo cura; pienso que solo el de la madre puede hacerlo, pero cuando ya no está, cuando se ha marchado para siempre, un simple resfriado se convierte en algo que duele en todo el cuerpo.

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2

Sábado. Once y once de la noche. Cierro la puerta con odio, me pongo el suéter y salgo. La ciudad está desnuda y fría; la respiro. A mitad de camino recuerdo que en casa nadie me espera, desacelero el paso queriendo evitar lo inevitable: llegar.  Cuatro pisos y ahí estoy, buscando sin prisa en mi bolso las llaves. Abro. Prendo la cajita de colores y solo películas de terror. Odio las películas de terror. Apago la tele. Hace tanto silencio… Nunca antes me había incomodado la soledad.

Suena la alarma de nuevo mensaje en mi celular: «De nuevo en la ciudad. Hubo un tremendo vendaval, la tormenta fue de ribetes apocalípticos: nocturna, rayos, centellas, truenos. Árboles descuajados, algunos daños. Fue algo memorable, y en medio de esas fuerzas desatadas, pensaba en cómo lo habríamos vivido juntos.» Abracé mi teléfono y me metí en la cama.

Después de todo no estaba tan sola.