Poesía

Jorge Eliécer Ordóñez.

DE LEOPOLD BLOOM A ULISES LAERTÍADA

Estos tiempos, navegante, no están hechos
para la gloria,
los dioses no toman partido por los hombres
y las pocas doncellas que florecen
están más preocupadas en sus asuntos triviales
que en favorecer a los héroes novelescos
las calles de Dublín exhalan un rancio vapor
de religiones,
aquí se van a las manos, a los cuchillos,
católicos y protestantes
mueren piadosamente en nombre del mismo Dios
que tanto aman y defienden.
Entre tanto yo, leo los inútiles chismes de provincia
sentado en el sanitario glacial de porcelana,
pienso qué cara poner en el entierro,
qué vestido lucir y qué palabras expresar
a los deudos.
Doy vuelta al riñoncito que cargo en mi bolsillo
acaso como un tic, acaso como una leve
y silenciosa rebeldía por los cuernos
que me aplica Mollie Bloom, con religiosa constancia,
casi con cariño.

Mi vida es simple como un gancho de ropa,
mi única batalla es soportarme todo el día,
mirar en el espejo este rostro sin mayor atributo,
afeitarme, ponerme el traje, como quien viste
el esqueleto de un espantapájaros

mi trabajo es pensar cómo poner la mente en cero,
no tengo, como tú, una isla lejana, ni un perro fiel,
ni una princesa ambigua tejiendo y destejiendo
el tiempo sin oficio.

Por eso, aunque no lo creas,
mi lucha cotidiana es tan heroica como la tuya:
mi destino consiste en no tener destino,
sólo en pasar por el ojo del día
como un camello ciego hacia la nada