Poesía

Wystan Hugh Auden

DECIDME CÓMO ES EL AMOR

Unos dicen que el amor es un niño
y otros dicen que es un pájaro,
unos dicen que es lo que mueve el mundo,
y otros dicen que eso es absurdo,
y cuando le pregunté al vecino de al lado,
que parecía como si lo supiese,
su mujer se enfadó mucho
y me dijo que no iba a sacar nada.
¿Se parece acaso a una pijama,
o al jamón de las clínicas de reposo?
¿Su olor recuerda a las llamas
o es un olor reconfortante?
¿Tiene espinas como un seto,
o es blando como pelusa de edredón?
¿Es afilado o tiene el borde suave?
Venga, decidme cómo es el amor.
Nuestros libros de historia se refieren a él
con notas minúsculas y crípticas ,
es un tema bastante habitual en
los barcos trasatlánticos;
he encontrado menciones al asunto
en relatos de suicidios,
e incluso lo he visto escrito
en contracubiertas de guías ferroviarias.
¿Aúlla como un pastor alemán hambriento
o retruena como una banda de ejército?
¿Alguien puede hacerme una buena imitación
con una sierra o con un Steinway Grand?
¿Cuándo canta en las fiestas la arma?
¿Sólo se dedica a los clásicos?
¿Se calla cuando uno quiere silencio?
Venga, decidme cómo es el amor.
Miré en el cenador
allí tampoco estaba.
Probé en el Támesis, cerca de Maidenhead,
Y en el aire tonificante de Brighton.
No sé lo que canta el mirlo
ni lo que decía el tulipán,
pero no estaba en el gallinero
ni debajo de la cama.
¿Puede hacer muecas extrañas?
¿Se marea con los balanceos?
¿Se pasa el día en las carreras
o haciendo chanchullos con alambres?
¿Tiene su propias ideas sobre el dinero?
¿Es lo bastante patriótico?
¿Sus chistes son vulgares pero divertidos?
Venga, decidme cómo es el amor.
Cuando venga, ¿será sin avisar?
mientras me esté hurgando la nariz?
¿Llamará a mi puerta por la mañana
o me pisará un dedo en el autobús?
¿Será como cuando cambia el tiempo?
¿Saludará con cortesía o sin educación?
¿Cambiará mi vida a fin de cuentas?
Venga, decidme cómo es el amor.

Cartas

Juan Carlos Onetti a Octavio Paz

Madrid, 15 de febrero de 1982.

Querido Octavio Paz:

Mucho te agradezco el envío de la fotocopia de parte de un libro tuyo en que se me nombra y se hace la crítica de la reiterada intervención de las dictaduras de nuestra pobre América en asuntos culturales y su libre expresión.

También agradezco la versión de tu Número 185 Abril de 1992 con referencia radial y los muchos elogios que ella contiene y que, sinceramente, no sé si los merezco.

Personalmente, considero un poco absurdo que se haya fraguado una fricción Paz-Onetti. Ignoro qué versiones te llegaron de mi intervención en el jurado para el Premio Cervantes del año 1981. Quiero decirte algunas verdades que son definitivas porque las escribo bajo palabra de honor.

Cuando integré el jurado en el último Premio Cervantes supe de inmediato que ya te estaba adjudicado. Luego del fallo asistí a una conferencia de prensa en la que me extendí elogiosamente sobre tu intento, siempre vano, de explicar qué es Méjico y los esfuerzos que tú habías hecho mediante tus libros para también decir a nosotros, hispanoamericanos, y tal vez resolver, el problema llamado Méjico. Acaso pasados algunos siglos esa actual gigantesca confusión pueda alcanzar límites respetables de claridad.

En esa conversación con periodistas, puedo asegurarte y reiterar que expresé con admiración la calidad de tu obra. Luego de la conferencia un grupo de aprendices de periodistas, siempre jóvenes y simpáticos, me acorralaron asegurando que se veía en mis ojos que yo había votado por Alberti.

Un año atrás, tal vez los mismos periodistas me preguntaron que si yo hubiera sido miembro del jurado, por quién habría votado. Les contesté, y espero que también de esto te hayas enterado, que hubiera votado por Octavio Paz. Considero y consideré que tu obra era más importante que la mía porque tú te habías dedicado, con extraordinaria inteligencia y voluntad de comprender, a los problemas de esa tan diversa América en que nacimos.

Lo mío no era, y espero que lo siga siendo, nada más que un conjunto de obras de ficción en que lo único que me interesaba era mi yo enfrentado y tal vez unido a las peripecias de muchos personajes que la vida me impuso o que acaso yo haya imaginado.

Creo que con esto queda disuelto todo mal entendido que haya llegado a tu país.

Ratifico, sí, que cuando los chicos aludidos me rodearon y acribillaron con preguntas, les dije que mucho lamentaba tu actual inclinación hacia la derecha y tu saludo radial a un buey paranoico y esquizofrénico que se ha metido en una tienda de porcelana. Bien sabesa quién me refiero; y les expresé a los muchachos que mucho temía que Octavio Paz elogiara algún día al sargento Haig.

Eso y exclusivamente eso es lo que ha motivado sin duda tu reacción que sigo considerando amistosa.

Comprendo, tal como lo comprendí en su tiempo, que te haya dolido la incautación que realizaron sub-intelectuales comunistas de tu revista Plural que fue durante muchos años la mejor publicación literaria que se haya hecho en nuestros países y hoy es un pasquín dirigido por los comisarios del partido comunista.

Esto explicaría, tal vez, ese cambio, para mí triste y sorprendente, de varios importantes escritores americanos que un día fueron jóvenes -la apasionada juventud de los veinte años- y que ahora no tienen reparo en escribir y confesar su acomodo, su deseo de acomodo bajo las alas, desgraciadamente siempre poderosas y llenas de cariño, del imperialismo contra el cual, en un tiempo pasado, tanto tú como yo hemos luchado sin lograr buen éxito.

Nunca hubo amnesia: sólo ignorancia de lo que habías escrito y dicho sobre el abajo firmado.

Queda otro aspecto. Recuerdo haber dicho a los jóvenes periodistas que consideraba tu poesía admirable y tan emparejada con la de Borges pero, para mi pobre sentido crítico, era, como la otra, en exceso hermética y cerebral.

Querido Octavio, los tiempos cambian y los años pasan. Como tú sabes, ya estoy viejo y mucho le temo al frío. De todas maneras haré lo posible para abrazarte con motivo de tu consagración el próximo 23 de abril.

Juan C. Onetti

Poesía

Hans Magnus Enzensberger

DECLARACIÓN DE PÉRDIDAS

Perder el pelo, perder la calma,
¿me explico?, perder el tiempo,
librar una batalla perdida,
perder peso y esplendor, perdón, no importa,
perder puntos, déjame terminar de una vez,
perder la sangre, perder al padre y a la madre,
perder el corazón, hace tiempo perdido
en Heidelberg, y ahora otra vez,
sin parpadear, el encanto de la
novedad, olvídalo, perder los
derechos civiles, me doy cuenta,
perder la cabeza, por favor,
si no puede evitarse,
perder el Paraíso Perdido, y qué más,
el empleo, al Hijo Pródigo,
perder la cara, que le vaya bien,
dos Guerras Mundiales, una muela,
tres kilos de sobrepeso,
perder, perder, y volver a perder, hasta
las ilusiones perdidas hace tanto tiempo,
y qué, no desperdiciemos una palabra más
en la tarea perdida del amor, digo que no,
perder de vista la vista perdida,
la virginidad, qué lástima, las llaves,
qué lástima, perderse en la multitud,
perderse en las ideas, déjame terminar,
perder la mente, el último céntimo,
no importa, termino en un momento,
las causas perdidas, toda sensación de bochorno,
todo, golpe a golpe,
¡ay!, hasta el hilo del relato,
el carnet de conducir, las ganas.

Narrativa

Y, por favor, miénteme.

Fernando Araújo Vélez*

Escríbeme, como el otro día, que no me tome tan en serio a mí mismo, y explícame de nuevo aquello de que patético no es ridículo pues viene de pathos, de pathos pasión, de pasión padecer. Explícamelo de nuevo con tu letra de antes de la guerra y con tus palabras, no con las de los psiquiatras que te atienden, y cuéntame una vez más cómo fue aquella tarde en la que llegaste a la sublime conclusión de que si te tomabas en serio, tan en serio, si nos tomábamos así, íbamos a tener que matarnos todos de aguda gravedad.

Dime que lo que escribiste entonces aún es cierto, que has preferido contemplar, como los griegos, a invertir; que el futuro ya no te persigue; que los perros y los gatos y los caballos deberían tener tantos derechos sobre el mundo como nosotros los humanos, como tú o como yo; que el mejor amor puede durar sólo 20 días y luego ser un perfecto y cada vez más perfecto recuerdo; que la culpa, las culpas, ya no son puñaladas que te desangran gota a gota, pues tú no puedes ser culpable de ser tan humana, perversa, frágil, bondadosa, arrogante, vanidosa y humilde a la vez.

Envíame una carta, una de esas cartas de sellos y buzón, si es que te dejan salir un rato, porque quiero sentir la ansiedad de aguardar a que llegue el cartero y deje el sobre bajo la puerta de mi casa, como ocurría antes. Quiero que la ansiedad y la espera me lleven al mito, a imaginarte cada una de las horas de los días que te faltan por salir, y no verte ya como eres, sino como te recuerdo, o como prefiero recordarte. Agrégale un dibujo, si quieres, un dibujo de lo que ves por tu ventana para que yo pueda ver lo mismo, para que por unos minutos me sienta en algo como te sientes tú, y ser tú.

Miénteme, que las mentiras a veces son un bálsamo, y a estas alturas, yo las prefiero a esta eterna culpa que me corroe. Miénteme, por favor, y dime que ya olvidaste, que ya no sabes quién llamó al sanatorio aquella noche de lluvia y que tampoco entiendes de dónde salieron las cicatrices que rodean tu muñeca.

Tomado de El caminante, versión on line.

*Fernando Araújo Vélez. Periodista y escritor colombiano.
Editor cultural del diario El Espectador

Narrativa

Siriana

*Felipe Orozco

El humo de los incendios es agitado por el mismo viento que peinaba las palmeras de la otrora bella ciudad de Aleppo.

El diestro reportero de guerras se agazapa en la terraza de un hotel en ruinas y observa a través de su cámara por los agujeros abiertos a morterazos. Ha descubierto por casualidad un francotirador a sus espaldas, que enfoca con la mirilla de un fusil. Quizá un M40 americano o un PSG alemán. Se gira instintintivamente, le apunta con su cámara pero no dispara. Sabe que la foto del miliciano no interesa a nadie: los tabloides están saturados de soldados sin nombre y ha dejado de importar, incluso, de qué lado luchan. Como el tirador, el fotógrafo está al acecho de una buena oportunidad. Al igual que él, ha de apuntar con su cámara sin parpadear, casi sin respirar, para que la presa no denote su presencia hasta el momento del disparo.

Su objetivo ahora es un niño que juega con un desvencijado balón en otra terraza y que caracoleando, celebra una y otra vez un gol que nadie ha visto. La cámara lo sigue hacia un lado y hacia el otra, corrigiendo permanentemente enfoque, velocidad y exposición. Y recuerda allí las palabras del francotirador serbio a las puertas de Sarajevo:

—Es difícil disparar sobre un niño.
«¿Por qué? ¿Tienes hijos?».
—No es por eso. es que se mueven mucho.

El reportero confía en su olfato de veterano corresponsal y, como si de otro tirador se tratase, espera en tensa calma. Su silencio ignora los cohetes que silban y retumban a lo lejos. Cuando suena el clic de la Nikon, el mundo entero y la guerra parecen haberse detenido. Ha capturado en un bellísimo claroscuro sobre los techos de la ciudad, ese momento largamente esperado, digno del premio Magnum: el instante en que el niño, aún en pie, es fulminado por la bala.

Tomado del libro Seré breve,
Minificción 20, Editorial Cuadernos Negros 2014
con el debido permiso del autor.

*Felipe Orozco,  Arquitecto, escritor y docente universitario colombo-español .