*Anaïs Nin
Su primer beso fue presenciado por el río Sena, que llevaba góndolas de farolas callejeras reflejadas entre sus pliegues de lentejuelas, que llevaba halos de farolas floreciendo en matorrales de adoquines de negro lacado, que llevaba árboles de plateada filigrana abiertos como abanicos tras cuyo reborde los ojos del río les incitaban a ocultos coqueteos, que llevaba húmedas pañoletas de niebla y el cortante incienso de las castañas asadas.
Todo había caído al río y era arrastrado por él, excepto el pretil en el que ellos se encontraban. Su beso fue acompañado por el organillo callejero y duró toda la partitura musical de Carmen y, cuando finalizó, ya era demasiado tarde; habían apurado la poción hasta su última gota.
La poción que beben los amantes no la prepara nadie: la preparan ellos mismos. La poción es la suma de toda nuestra existencia. Cada palabra dicha en el pasado ha ido acumulando formas y colores en la persona. Lo que discurre por las venas, además de sangre, es la destilación de cada acto cometido, el sedimento de todas las visiones, deseos, sueños y experiencias. Todas las emociones pretéritas confluyen para teñir la piel y aromatizar los labios, para regular el pulso y producir cristales en los ojos.
La fascinación ejercida por un ser humano sobre otro no es la personalidad que éste emite en el instante mismo del encuentro, sino una recapitulación de todo su ser de la que emana esa poderosa droga que captura la ilusión y el apego.
No existe momento de encanto que no tenga largas raíces en el pasado, no existe momento de encanto nacido de la tierra yerma, accidente despreocupado de la belleza, sino suma de grandes aflicciones, crecimientos y esfuerzos. Pero el amor, el gran narcótico, era el invernadero en el que todas las personalidades se abrían en plena eclosión… amor el gran narcótico era el ácido en la botella del alquimista que hacía visibles las sustancias más inescrutables… amor el gran narcótico era el agent provocateur que exponía a la luz del día todas las personalidades secretas… amor el gran narcótico que otorgaba clarividencia a las yemas de los dedos… bombeaba iridiscencia a los pulmones para rayos X trascendentales… imprimía nuevas geografías en el revestimiento de los ojos… adornaba las palabras con velas, los oídos con aterciopeladas sordinas… y pronto el pretil dejó caer también sus sombras al río, para que el beso pudiese ser bautizado en las aguas sagradas de la continuidad.
*Anaïs Nin, Francia, 1903 – Los Ángeles, 1977.
Escritora conocida por sus textos sobre su vida recopilados
en los «Diarios de Anaïs Nin» volúmenes del 1 al 7.
Reblogueó esto en marian395's Blog.
Muy bueno todo el texto y me gusta el párrafo «La fascinación ….. y el apego».
Saludos.
Alberto, el libro es excelente, lo estoy terminando. Mi parte favorita de este texto es «amor el gran narcótico era el ácido en la botella del alquimista que hacía visibles las sustancias más inescrutables…»
Abrazo.
Impresionante
Es un gran libro, Lorien. Recomendadísimo.
gracias, lo tendré en cuenta 🙂